Evangelio sábado 9 de marzo
Sábado 9 de marzo de 2024 | Gonzalo Manzano9 de marzo de 2024
Evangelio según San Lucas 18, 9-14
Tercer sábado de Cuaresma
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo". El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "Oh, Dios!, ten compasión de este pecador". Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Meditación de Gonzalo Manzano González
"No se atrevía ni a levantar los ojos al cielo"
Jesús parece decirme: Esa actitud no solo es la propia de aquel que se sabe pecador, sino que, además, reconoce la diferencia esencial que existe entre un siervo y su Señor. Tal como el ser humano es señor de la Creación, y esta se pone a su disposición, Yo soy Señor del Universo, de lo visible y lo invisible. Nada escapa de su servidumbre respecto de mí, porque nada hay más grande que Dios. Reconocerse creatura, es fundamental para saber su posición, con humildad, sabiendo que por mucho que sean seres inteligentes, capaces de las más grandes cosas, son ínfimas de cara a Mí. Abre tu corazón a esta realidad, porque ante ella ser hijo no es esclavizante, sino liberador.
Cuando estoy en Misa, a veces me cuesta mirar al frente, no por sueño ni por otra razón frívola, sino porque me cuesta ver la magnificencia de lo que ocurre en el Altar. Otras veces, miro entre asombrado y curioso la grandeza de mi Dios, que en su omnipotencia, quiere acercarse a nosotros en el Pan y el Vino. En cualquier caso, logro reconocer que simplemente no soy nada, y que no soy digno siquiera de mirarlo de frente o de igual a igual. Es tanta la diferencia que pareciera que mi ser tiende a desaparecer a su lado. Y me encanta reconocer que hay alguien así de inmenso que me ama tanto. Es una alegría tremenda, y me transmite su calidez solo por estar a mi lado.
Señor Jesús, muchas gracias por tanto amor que prodigas a todos tus hijos. No escatimaste en amor para darnos al dejarte clavar en la Cruz, y nosotros gozamos de tal amor sin siquiera agradecerte lo suficiente. Vamos por la vida haciendo como si no hubieses ofrecido tu vida por nosotros, y esa ingratitud me duele muchísimo, sobre todo cada vez que soy yo mismo el que no te muestra mi gratitud. No me atrevo a levantar los ojos al cielo, porque mi indignidad es enorme y a cada momento debo reconocerme ínfimo e indigno. Gracias nuevamente, Señor, por tanto amor que nos prodigas, y que sale a nuestro encuentro con los brazos abiertos.
AMÉN