Evangelio martes 30 de enero

Lunes 29 de enero de 2024 | Juan Enrique Coeymans

30 de enero de 2024

Evangelio según San Marcos 5, 21-43

Cuarto martes del Tiempo Ordinario

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y Él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se sane y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré sanada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba sanada de su mal. Jesús se dio cuenta enseguida de la fuerza que había salido de Él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?" Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?" Pero Él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?" Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de Él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con Él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, Yo te lo ordeno, levántate!" En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y Él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

Meditación de Juan Francisco Bravo Collado

"Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga"

Es como si Jesús me dijera: "Aquí hay dos milagros. Dos casos diferentes de personas que pusieron su esperanza en Mí. Dos personas que alinearon su existencia a lo más alto, incluso en contra de lo que los demás les decían, y pusieron su atención y su acción en lo que el corazón les pedía. Aquí hay dos personas que llegaron a Mí y actuaron: abrieron la posibilidad de que se realizaran milagros que para todos los demás parecían imposibles. Tú también alinea tu corazón y tu mirada con el mío: con mi Cruz y mi Resurrección que apuntan al Padre. Y deja que los milagros que quieres para tu vida sigan llegando."

Ambos relatos, que están engarzados uno dentro de otro, hablan de una fe inconmensurable. Una fe de personas que, contra la indiferencia o la opinión de todos quienes les rodean, siguen adelante y confían en su corazón. En este texto Jesús me invita a escuchar mi propio corazón y a no quedarme impávido, sino que a accionar: a alinear toda mi existencia hacia ese deseo, que nace de la semilla que puso el Padre al crearme como su hijo. Y que, de esa forma, alineando mi actuar con el amor más alto, se abra el camino a la mesa del Padre.

Jesús, enséñame a escuchar y confiar en mi corazón. Enséñame a dejarme llevar livianamente por la intuición que tu Padre puso en el centro de mi existencia. Recuérdame una vez más que mi Ser no es un regalo solamente para mi prójimo, sino que también es un regalo para mí mismo. Te pido que, una y otra vez, vuelva al santuario de mi corazón a renovar mi Ideal Personal. Te pido que, una y otra vez, vuelva al santuario de Schoenstatt a renovar mi Alianza de Amor con tu madre. Hazme fiel, hazme perseverante, hazme apasionado, hazme alegre. Gracias por ser mi amigo.

AMÉN.

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