EL SEGUNDO FIN DE SCHOENSTATT
La "misión salvífica" se refiere la iniciativa del Dios salvador y redentor que sale al encuentro de la humanidad que ha roto el vínculo con Él por el pecado. Dios busca salvar a la humanidad y devolver al hombre su dignidad.
P. Rafael FernándezEl P. Kentenich formula el segundo fin de Schoenstatt usando la expresión "rescate de la misión salvífica de Occidente". Una expresión tal vez, en primera instancia, difícil de entender.
¿A qué se refiere? Básicamente a dos cosas: una de orden más amplio y general y otra de orden más específico.
La misión salvífica de Occidente en sentido amplio
La "misión salvífica" se refiere la iniciativa del Dios salvador y redentor que sale al encuentro de la humanidad que ha roto el vínculo con Él por el pecado. Dios busca salvar a la humanidad y devolver al hombre su dignidad.
Este camino de salvación es largo. Según la Biblia, Dios confió una "misión salvífica" a Adán y Eva para toda la humanidad, misión que ellos perdieron a causa del pecado original.
Luego es el pueblo judío, con el cual Yahvé sella una alianza, quien recibe de Dios nuevamente y en forma peculiar una misión salvífica. Pero el pueblo escogido nuevamente falló: rompió la alianza del Sinaí y, cuando Dios envía al Mesías, no lo acepta.
Sin embargo, este rechazo, que termina con la muerte de Cristo en el Gólgota, se convierte en la fuente de definitiva salvación: Cristo nos redime por su pasión, muerte y resurrección.
Cristo entrega a la Iglesia el encargo misionero de llevar a todos los pueblos la Buena Nueva de la
redención: "Id a todos los pueblos y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15).
La Iglesia naciente, a partir de la orientación de san Pablo hacia "los paganos", históricamente se enraizó de modo especialísimo en el mundo greco-romano. La capital del Imperio, Roma, pasó a ser la sede del Primado de Pedro.
Con ello, el mundo antiguo, y cada vez más específicamente Europa, acepta el mensaje y la fe en
Cristo haciéndose cargo de la misión salvífica de llevar a todo el mundo la Buena Nueva de Cristo.
Es un hecho histórico que el cristianismo desarrolló un extraordinario impulso de conquista misionero y evangelizador desde Roma y luego, desde Europa, hacia América, África e India.
Cuando el P. Kentenich usa el término "misión salvífica de Occidente" , no se refiere en primer lugar a la cultura de la cual es portadora Occidente, sino, específicamente a la fe que encarnó esa cultura y al impulso misionero que surgió a partir de ella. Se refiere a la especial responsabilidad del cristianismo en Occidente en orden a la evangelización del mundo. La misión salvífica de Occidente consiste entonces en su responsabilidad por la cristianización del mundo.
Sin embargo, pasados los siglos, ese impulso misionero fue decreciendo. En los últimos siglos, especialmente a partir del renacimiento, y luego en la época donde reina el racionalismo y el hombre centra su existencia en el más acá, en los logros de la ciencia y de la técnica, progresivamente se va desligando de Dios y su fe entra en un período de franco debilitamiento. Hoy Europa ya no "exporta" la fe al resto del mundo. Occidente como tal ha caído en una corriente de franca descristianización.
Schoenstatt, como miembro vivo de la Iglesia, se siente particularmente responsable de "asumir", "salvar" o "rescatar" la misión redentora del cristianismo.
Como movimiento específicamente apostólico-católico o apostólico-universal, Schoenstatt, desde el inicio, se sintió llamado por Dios a asumir la misión salvífica y a ser un baluarte de la cristianización o recristianización del mundo.
Con esto Schoenstatt se coloca en una plataforma universal de primer orden. Pero, lo repetimos, en el sentido de anunciar la Buena Nueva a todo el universo y de responsabilizarse porque la persona y la acción de Cristo lleguen a todo el mundo.
La misión salvífica de Occidente en particular
El P. Kentenich se refiere al rescate de la misión salvífica de Occidente en un segundo sentido más específico.
La espiritualidad cristiana occidental, afirma, en comparación con la espiritualidad cristiana oriental, acentuó el carácter encarnatorio del cristianismo, es decir, la relación entre "naturaleza y gracia", entre "la Causa Primera (Dios) y las causas segundas (las criaturas)".
Lo característico de Oriente es una concepción del mundo en que predomina la actitud del hombre vuelto hacia la divinidad. Es una cultura que tiende a desentenderse de lo terreno, para volverse hacia lo absoluto trascendente. Pensemos por ejemplo en el hinduismo.
En Occidente, en cambio, encontramos la tendencia a acentuar más bien lo terreno, todo lo que el hombre es y hace aquí en la tierra.
En los últimos siglos, desde la Reforma y la Ilustración, en el ámbito cultural de Occidente, se fue gestando un pensamiento separatista, que el P. Kentenich denomina "pensar mecanicista" y considera como una enfermedad del alma occidental. A este modo de pensar mecanicista, el fundador de Schoenstatt contrapone el "pensar o mentalidad orgánica".
Según el P. Kentenich uno de los grandes aportes que el cristianismo surgido en el ámbito de Occidente, está llamado a entregar a la evangelización de los pueblos, es este modo de pensar o ver la realidad; es decir, trasmitir una fe y una espiritualidad que permite captar la relación armónica de lo natural y lo sobrenatural, de Dios y la criatura, según la cual, la naturaleza y la
gracia, Dios y hombre, no se oponen mecanicistamente ni son realidades yuxtapuestas la una junto a la otra.
Para comprender mejor esta visión o mentalidad orgánica, es preciso tener presente las siguientes consideraciones que hace el P. Kentenich:
• San Agustín, la figura más grande del cristianismo primitivo, tuvo la misión de destacar el lugar que le correspondía a Dios dentro del mundo como Causa Primera. Agustín vivió en un momento en que el cristianismo empezaba a penetrar el mundo de esa época y comenzaba a llegar hasta los círculos intelectuales. De ahí que se preocupara de hacer comprensible y atrayente para ellos la doctrina cristiana.
Para esto se apoyó en la filosofía reinante, el neoplatonismo. Sabemos que el platonismo daba importancia primaria a las "ideas". Estas eran lo real y verdadero; en cambio, el mundo y las cosas son reflejo de ellas y sólo apariencias. De este modo se restaba valor a lo terreno, al mundo como tal.
San Agustín "cristianizó" el pensamiento de Platón. A partir del platonismo mira la realidad primariamente desde el punto de vista sobrenatural. Su logro es precisamente haber reafirmado el lugar de Dios como Causa Primera, como "lo verdadero" y definitivo. (Analógicamente a lo que Platón enseñaba sobre las ideas). Su pensamiento gira en torno a Dios (no como idea, sino como Dios personal, revelado por Cristo), sin destacar la importancia y el valor o autonomía de las criaturas.
• La otra gran figura que ha influido extraordinariamente en Occidente es santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás tuvo acceso, a través de los filósofos árabes, a los escritos de Aristóteles, quien complementaba en su filosofía a Platón. Aristóteles daba importancia preponderante a la realidad, a las cosas, al hombre, en lo que son ellas por sí mismas.
Santo Tomás captó la doctrina aristotélica de las causas segundas (de la realidad creada) y desarrolló su teología a partir de la base aristotélica. No separa la causa segunda de la Causa Primera. Destaca a Dios como Causa Primera, pero ve las realidades creadas como causas segundas, afirmando su autonomía y leyes propias.
Las criaturas tienen un valor en sí mismas y leyes propias que las rigen. Afirma que las causas segundas no son independientes de Dios, ya que Dios es el Creador, en quien las criaturas se sustentan y reciben su sentido último. Dios mismo le da una naturaleza y originalidad propias, y las respeta en su orden de ser natural.
De esta forma, santo Tomás elaboró lo que podría llamarse una teología o filosofía de las causas segundas. Es decir, la propiedad de las criaturas en relación a Dios y las leyes que rigen la armonía entre Dios y el mundo. Dos enunciados tomistas resumen su visión:
• "Dios gobierna el mundo a través de causas segundas libres".
• "La gracia no destruye la naturaleza sino que la supone, la sana, eleva y perfecciona".
Ahora bien, en los últimos 400 años, poco a poco Occidente ha ido perdiendo la visión de esa armonía que santo Tomás elaboró doctrinalmente. Occidente ha llegado a separar casi en forma absoluta, mecanicista, lo temporal de lo sobrenatural, tanto en la teoría como en la práctica. Ha negado el mundo del más allá y toda trascendencia, encerrándose en el más acá, profesando un ateismo práctico y teórico.
En este contexto el P. Kentenich desarrolló, complementando la visión doctrinal de santo Tomás de Aquino, una espiritualidad y pedagogía de la armonía de la naturaleza y la gracia. Si bien santo Tomás elaboró una teología de las causas segundas, era necesario elaborar una psicología, ascética y pedagógica de las causas segundas.
Correspondía a un problema de fondo del mundo actual y de la Iglesia: la relación Dios-mundo; la relación de lo sobrenatural con lo temporal, de la acción de Dios y la libertad del hombre; la autonomía e importancia de lo creado en relación al Creador. El Concilio Vaticano II expresó más tarde así esta problemática: "El divorcio entre Evangelio y cultura es el drama de nuestro tiempo".
En este contexto el P. Kentenich destaca el segundo fin de Schoenstatt: rescatar la misión salvífica de Occidente, responsabilizándose por salvar la armonía de la naturaleza y la gracia, tanto en el pensar, amar como en el actuar y vivir del hombre moderno.
Por lo tanto, asumir esta misión salvífica significa para Schoenstatt:
• responsabilizarse por la armonía entre lo sobrenatural y lo natural;
• por la unión armónica de la Causa Primera y de las causas segundas libres;
• por el cultivo del pensar, amar y vivir orgánicos
• Todo esto en relación a todas las realidades, tanto en la teoría como en la práctica. "Si ustedes analizan Schoenstatt desde el punto de vista de la convulsión espiritual que hoy existe, pronto se darán cuenta que (la doctrina de las causas segundas) es lo más grande, lo más original, lo más ampliamente elaborado que podemos ofrecer al tiempo y al mundo actual" (1967)
Este segundo fin de Schoenstatt lo proclama el P. Kentenich en forma especial el 31 de Mayo de
1949, desde el santuario Cenáculo de Bellavista:
"Vemos cómo el Occidente camina a la ruina y creemos que estamos llamados desde aquí a realizar un trabajo de salvataje, de construcción y de edificación".
Toda la vida y misión de Schoenstatt están traspasadas por su carácter esencialmente mariano. También lo está el rescate de la misión salvífica de Occidente. El P. Kentenich ve en María la encarnación preclara de la armonía entre lo sobrenatural y natural, o el lugar de convergencia de Dios y la humanidad. En ella Dios muestra que él valora la criatura y la asocia a su obra salvífica.
Si ésta es la realidad de María, se comprende entonces que su misión vaya en la misma dirección. Para el P. Kentenich, María es más que una devoción, es un programa de evangelización.
Él considera, que María ha querido emprender desde Schoenstatt la lucha contra las "herejías antropológicas" de nuestro tiempo, confiriéndole a Schoenstatt la responsabilidad por la misión salvífica de Occidente:
"Si por el Primer Documento de Fundación -afirma el 31 de Mayo de 1949- - ella ha aceptado la tarea de mostrarse en Alemania, desde nuestro Santuario, en forma preclara como la Vencedora de los errores colectivistas, entonces ella, me expreso a la manera humana, busca ansiosa con su mirada instrumentos que le ayuden a realizar esta tarea.
¿Qué nos queda sino ponernos sin reservas a su disposición –continúa-, en el sentido de nuestra consagración, aceptar sus deseos, nuevamente entregarnos a ella y dejarle a ella la responsabilidad de su gran Obra, en la cual nosotros, dependiendo de ella y por interés en su misión, queremos cooperar, sufrir, sacrificarnos y rezar? La Santísima Virgen está desvalida. Ella sola nada puede; es un honor para nosotros poder ayudarle. La Santísima Virgen tiene una gran tarea frente a Occidente. Una vez que me hizo comprender esto me pidió que yo también le entregase todo" (1949).