Adviento

  Salimos de un año ajetreado. Cual más, cual menos, terminamos cansados. Esperamos y merecemos un año mejor. Hay un dejo de melancolía, de tristeza ante las metas no cumplidas y de deseo legítimo de que se cumplan en un futuro próximo. Por eso, cualquiera sea la creencia, el Adviento es la actitud propia del hombre: esperanza de lo que se posee y de lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo, tenemos la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido. ... ... (Pinche la imagen para leer la meditación completa).

| Padre Hugo Tagle (Chile) Padre Hugo Tagle (Chile)


Vivimos con una sensación de promesa no cumplida. En efecto, un síntoma de nuestro tiempo es la desazón. Ese regusto ambiguo de anhelar algo y no saber qué es en realidad. Los medios de comunicación, con sus maravillosos adelantos, nos han regalado la impresión errática de poder estar en varias partes a la vez, de poseer lo que vemos y en parte sentimos. Nos despiertan impresiones con tal realismo que, finalmente, frustran. Es la ambivalencia de un progreso del cual debemos hacernos cargo si no queremos que nos consuma y amargue. No se trata de frenarlo. Se trata de asumirlo realistamente, manejándolo con responsabilidad y madurez.

Esta sensación se agudiza hacia fin de año. Se confunde con un dejo de melancolía, de tristeza ante las metas no cumplidas y de deseo legítimo de que se cumplan en un futuro próximo. La única certeza es la de la muerte. Todo lo demás, es anhelo incierto, esperanza de un futuro mejor. Sin ella, no podríamos vivir. Todo sería eterno presente, devenir estéril, vaciedad.

Salimos de un año ajetreado. Cual más, cual menos, terminamos cansados. Esperamos y merecemos un año mejor.

Este tiempo de Adviento apunta a eso. A plantearnos la vida con perspectiva de eternidad, a preparar el alma para quien puede saciar ese apetito de eternidad. Somos aves de paso, pasajeros en tránsito. Sólo la eternidad es permanente.

Es paradojal que el gran regalo del fin de este tiempo sea un niño en un pesebre pobre y abandonado. Nada más absurdo. Pero en ello radica su legitimidad. Es Alguien que no espera ni exige nada. Es sólo gratuidad.

Y en Él ponen y renuevan sus esperanzas millones de personas. Tanto así, que no comprenderíamos el paso del tiempo sin la Navidad.

Adviento, dice Benedicto XVI, significa presencia de Dios ya comenzada. Esto implica que el hombre de fe no mira solamente a lo que ya ha sido y ya ha pasado, sino también a lo que está por venir. En medio de todas las desgracias del mundo tiene la certeza de que la simiente de luz sigue creciendo oculta, hasta que un día el bien triunfará definitivamente y todo le estará sometido: el día que Cristo vuelva. Sabe que la presencia de Dios, que acaba de comenzar, será un día presencia total.

Cualquiera sea la creencia, el Adviento es la actitud propia del hombre: esperanza de lo que se posee y de lo que está por venir. Los cristianos invitamos a toda la humanidad a compartir ese sentimiento intrínsecamente humano. Aquí, ésta se hace certeza; horizonte luminoso.

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