ABUELEANDO - Jesús Ginés O.

Martes 14 de julio de 2020 | Jesús Ginés Ortega

Los cristianos somos iguales en todo al resto de los mortales, salvo en la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la que nos lleva a sentirnos hijos, hermanos y "activistas del amor" en el mundo en todas sus dimensiones. Nuestro lema, bien enunciado por San Agustin, dice: "Ama y haz lo que quieras". Nos amamos, amamos al mundo, a los hombres y a Dios. Campo de infinita proyección, que nos hace ricos en racionalidad, en comprensión y en misericordia.

De esta enorme libertad y de este inconmensurable amor somos depositarios en primera línea los abuelos, a los que franceses e ingleses llaman acertadamente grandes padres. Nosotros nos quedamos con la expresión más hebrea de padres en Dios, que eso es lo que significa abuelo.

Como vivimos más y mejor –a pesar de ocasionales pestes como la de ahora-, los abuelos hoy estamos omnipresentes en el planeta y tendremos que reivindicar ante los más jóvenes este tremendo privilegio de ser los más libres y los más amorosos. ¡Cómo no va a ser gratificante nuestra tarea, si lo que nos toca hacer es precisamente lo que más llena el alma de satisfacción y júbilo.

Algunos tratan de sindicarnos como jubilados de la vida productiva de bienes y servicios en condición de fuerzas pasivas. Pero la mayoría de nosotros sonreímos bondadosamente ante tan corta perspectiva. Nos sentimos, más bien en estado activo de júbilo permanente, centinelas de la fe y de la esperanza, a pesar de las deficiencias físicas y a veces mentales que nos hacen vivir distanciados de esfuerzos musculares y de ejercicios de memoria de actualidad. Aunque ciertamente es nuestra memoria , - la lejana- la que nos hace más útiles a los más jóvenes o a los más ocupados con ganar el pan de cada día con sudor y lágrimas.

Nuestra tarea consiste en acompañar, recordar, mantener y proyectar, sobre todo en nuestros nietos y biznietos las maravillas de Dios presentes en el mundo, las bondades del espíritu del hombre racional y honesto y la perspectiva de eternidad que Dios depositó en nosotros desde que aparecimos en el planeta azul y la que nos conduce suavemente hacia un cielo nuevo y una tierra nueva, que el Apocalipsis imagina como la Jerusalén celestial.

JGO/13/07/20

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